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Vivir dos veces el sueño de participar en Western States 100

Este sábado, a las 5 de la mañana, Paul Lind Jr. disparará su escopeta para dar inicio a una nueva edición de Western States. Sento Acosta recuerda sus dos participaciones en la prueba.

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Sento Acosta es periodista y corredor de ultratrail
Ha participado en las ediciones 2018 y 2019 de Western States 100

Este sábado a las 5 de la mañana, como todos los últimos sábados de junio, Paul Lind Jr. disparará su escopeta (al aire, que estos americanos de California son de los civilizados) para dar inicio a una nueva edición de Western States.

La víspera, el viernes, además del retrato carcelario a cargo del mítico fotógrafo Luis Escobar, te amarran en la muñeca la pulsera identificativa de color amarillo. Cuando esa tarde andas por la calle, compras en el supermercado o te sientas a las orillas del idílico lago Tahoe, es habitual que se acerque alguien para desearte suerte y felicitarte por tener la oportunidad de correr Western States. Además, todos coinciden en decirte que disfrutes de la experiencia.

Porque si un ultra siempre es una experiencia, este es algo más. Western States es una carrera especial, única, y no tardas en percibirlo cuando llegas a Squaw Valley y Auburn. Es historia, la cien millera más antigua, la primera, la de Gordy Ainsleig, la tradición de este deporte. Es ambiente y organización, algo familiar por tamaño pero con muchos de los mejores corredores del mundo.

Vale que no hay la cantidad de tops que pueda haber en un UTMB, pero la ratio de corredores tops en relación al total de corredores es elevadísima. Y tú allí junto a ellos, que ahí no hay ni glamour ni cajones de salida ni nada. Todos amontonados y pistoletazo de salida, con pisotón incluido de la amabilísima Stephanie Howe en 2018.

Cuando debutas en un ultra, nos volvemos locos buscando información por internet: perfiles, crónicas, descripciones, etcétera. De WS100 es fácil leer desde “La madre de todas las ultras” a “la carrera más competitiva” (son yanquis, es lo que hay), pasando por “el camino de la conquista del Oeste americano” o la “fiebre del oro”… pero para mí, la palabra que define Western, más allá de calor, es comunidad. En ninguna carrera te vas a sentir tan arropado como en esta.

22 avituallamientos, 10 puntos para dejar bolsas con material a lo largo del recorrido, 369 corredores, más de 350 pacers, 1.500 voluntarios, miles de personas en los equipos (crews) que acompañan a los corredores americanos (¡equipos de 4 o 5 personas vienen de cualquier punto de EEUU para vivir esta fiesta del trail!)… más que atendidos, mimados.

Western está organizado por WSER Foundation, y el trabajo que realizan a lo largo de año, más allá de la propia carrera, es muy importante, sobre todo en la conservación y mantenimiento del recorrido y su entorno. Aquí en España hemos empezado a tener recientemente restricciones para ir y competir en el monte. En comparación, en EE.UU. esas restricciones son tremendas. En este caso, la participación está limitada a 369 corredores, número máximo de corredores permitidos para atravesar la reserva medioambiental de Granite Chief. De esas 369 plazas, pocas más de 200 salen a sorteo. Una Zegama yanqui en ultra.

Para quien no conozca el recorrido, se explica muy fácil: una carrera de 100 millas “cuesta abajo”. Se parte del resort invernal de Squaw Valley a unos 1.900 metros de altura y se llega a Auburn, a menos de 400 msnm. De Este a Oeste, tanto es así que el perfil de elevación se tiene que leer de izquierda a derecha, lo que marea mucho al principio.

Nada más salir se asciende en 7 km hasta Emigrant Pass, el punto más alto de la carrera a 2.660 metros. Esta primera sección, que termina en el fastuoso avituallamiento de Robinson Flat, es la más alpina, con algunos tramos realmente espectaculares: esos dos amaneceres pisando la nieve, con el lago Tahoe mil metros por debajo, los recordaré siempre.

Los siguientes 25 km te acercan a la sección más difícil de la carrera, The Canyons, que comienza a partir del avituallamiento de Last Chance (literalmente, última oportunidad) y donde el calor suele superar los 40 grados. Es inevitable sonreír al recordar las divertidísimas pancartas justo al salir de Last Chance: la de “… but it’s dry” me llegó muy hondo.

Lo habitual es pasar mucho calor, calor de verdad, del sofocante, que en mi caso en 2018 me acompañó hasta el cruce del río de la milla 78. En 2019, el calor brilló por su ausencia, y de ahí los récords que marcaron Jim Walmsley y Clare Gallagher, a pesar de la nieve acumulada en los primeros 20 km.

El tema de la temperatura es capital: el viernes, durante el abarrotadísimo briefing, el director de carrera, Craig Thornley ( https://www.instagram.com/lord_balls ) parece más un meteorólogo que el coordinador de un evento de esta magnitud. El calor que hará se mide en la cantidad de camiones de hielo que la organización envía a los avituallamientos, y que el bueno de Thornley comenta ufano. Toneladas y más toneladas de hielo.

Porque lo de los avituallamientos aun da para más: decenas de personas por avituallamiento que están esperándote para llenarte los bidones y que salgas volando como si fueras pro… y armados con esponjas mojadas en agua congelada para echarte por la cabeza y la espalda (si algún día tenéis la suerte de ir, inclinad el tronco para evitar mojaros mucho los pies, que nos echan litros y más litros de agua por encima y luego vienen las bambollas).

El tremendo avituallamiento en Foresthill, con miles de personas a ambos lados de la carretera, el ambientazo en Robinson Flat, o el fiestón en Rucky Chucky, donde el fotogénico cruce del río American, bien amarrado a una cuerda (como en 2018), bien en barca si el río supera cierto caudal (como en 2019).

Y del cruce del río por dentro, al cruce del río por encima en No Hands bridge, a solo 5 kilómetros de Auburn. Cuando llegas ahí, con sus luces de discoteca, y ves al fondo el último avituallamiento de Robie Point, sabes que ya lo tienes, una última subida, una vuelta a la pista de atletismo del instituto de Auburn y Western al zurrón.

Lo normal es llegar a Auburn de madrugada, cuando hay poca gente esperando para recibirte. Pero si tienes la suerte de llegar durante la última hora, entre las horas 29 y 30 de carrera, siéntete afortunado: es la Golden Hour, cuando las gradas de la pista se abarrotan y los aplausos a los corredores van aumentando conforme se acerca la hora de corte, como fue el caso del otro corredor español que compitió en 2018, Luis Osca.

Y emociona ver cómo se aplaude a los corredores que siguen entrando en meta aunque ya haya pasado el tiempo de corte. Pelos como escarpias, al recordarlo. Y al recordar los ánimos y las llamadas de los míos y de los compañeros de Trivici Team y del Arena Running Team… a pesar de que muchos me llamaran cuando intentaba dormir después de carrera por el dichoso cambio horario de 9 horas.

Ha sido una suerte poder correr en 2018 y de 2019 Western States y llevarme a casa la hebilla de plata ambas ediciones. La primera, la de 2018, recuerdo cómo disfruté de todo el viaje y de compartirlo con Rocío, de la visita a Yosemite, de dormir a los pies del extraordinario lago Tahoe, de superar las elevadísimas temperaturas y de la experiencia de correr con pacer (¡gente que no conoces de nada se pelea por acompañarte corriendo 60 kilómetros!).

Y en 2019 fue una gozada. A pesar de entrar desde la lista de espera a falta de pocas semanas para la carrera, el planteamiento fue divertirme y disfrutar cada metro del recorrido, y así fue. Y el gozo de terminar una cienmillera mítica sin sufrir me lo quedo para siempre.

El recorrido hace una carrera bonita, pero todo lo que la envuelve la hace inolvidable. Y si te gusta la ultradistancia y puedes, deberías correrla alguna vez. Yo estoy seguro que volveré.

“Happy Statesmas”, como dice Kaci Lickteig

 

 

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