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No te engolfes antes, el TP60 comienza en el kilómetro 25

Nuestra compañera Irene De Haro participó el pasado fin de semana en el TP60 del Gran Trail Peñalara. Una experiencia que comparte en su crónica personal.

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Por Irene De Haro, colaboradora de Territorio Trail Media

Una de las cosas que más sorprenden de este deporte es su carácter festivo, en el que se mezclan sentimientos de ilusión y temor a dosis similares. El momento de la recogida de dorsales es impagable, en cualquier carrera, pero en los grandes eventos hay un toque especial, porque puede ser que delante de ti, con expresión concentrada, feliz, preocupada… esté la gran Gemma Arenas, con el gran Agustín Luján, que se dan la vuelta y que con una amplia sonrisa se paran contigo y te saludan. Y te cuentan, qué quieren hacer, cómo se plantean la carrera y cómo comprenden que sus rivales no son solo personas con dorsal: están también el calor, el descanso, un accidente… el día. Puede ser cualquier cosa. Pero ellos, ganar quieren ganar. Salen a ganar.

No hay soberbia en los grandes. Hay precaución. Hay ganas de hacerlo bien. Así, un David López Castán, que te pega un abrazo y que te dice: la carrera (TP) empieza en el kilómetro 25: no te engolfes antes, que la pagas. Y tú, en tu kilómetro 25, que le has hecho caso, te das cuenta de la razón que tenía y de que aunque él haya pasado por allí probablemente una hora antes que tú, también ha ido reservando. Te han salvado la carrera sus palabras. Su consejo sabio y humilde te ha situado, a ti, que te habías estudiado tu desempeño y conocías el detalle, que comprendes que el grande y el pequeño en el trail se diferencian en el rango, pero no en el sufrimiento. Sus palabras se te graban y las oyes en carrera, con su voz: no te cebes aquí, no te cebes.

Estos eventos deportivos son fiestas. Peñalara es una celebración antigua, y eso se nota no tanto en el volumen de corredores (es tónica general en todas las competiciones), sino en el carácter de la gente, en ese pueblo  que se vuelca con unos zumbados que se disfrazan con mallas. La salida de ambas carreras estaban cuajadas de curiosos que animaban, de familiares que iban a emprender el seguimiento de su corredor. El aplauso emocionado de reconocimiento al esfuerzo, a la preparación, latía en los ojos de quienes observaban.

La salida del TP, tempranera, traía nervios y ganas: una Mónica Vives que andaba por allí, sonriente y silenciosa, se situaba con la mirada al frente. Tan delgada, tan ligera. Esa mujer haría la carrera más o menos en el tiempo en que yo iría por la mitad de la misma…

Yo pude disfrutar del TP. Ha sido para mí una carrera especial. Los voluntarios no te atendían: te arropaban. Te sacaban una sonrisa en cada punto (cómo no estar agradecida a ellos); la comida tuvo para mí un punto de inflexión en los Conguitos que encontré, creo que en El Reventón. Madre mía. Eso sí que es placer. Y el refresco de cola frío. Y claro está: la niebla, las nubes, el aire que soplaba muy fresco, pero gustosísimo. Qué tiempo más bueno nos hizo para pasarnos horas y más horas en el monte. Qué sorpresa sobrecogedora los paisajes de esa Sierra de Guadarrama que yo no conocía y a la que sin duda volveré. Qué afortunada me sentí. Qué feliz de tener tantos kilómetros por delante para descubrir tanta belleza que se alberga en esa zona, y que no solo hay que reivindicar, sino celebrar. Y la subida a Peñalara… ese gigante milenario recortado en el cielo que en su quietud se dejó ascender, majestuoso e indiferente a mi sentir. Hacía un tiempo que el sobrecogimiento no me embargaba de un modo tan brutal. Pero no sentí parálisis, sino llamada. Y poco a poco, paso a paso, me vi subir sin resuello, empujada más por la emoción y por las palmas de los parroquianos que animaban, que por la solvencia de mis piernas…

Fueron kilómetros de goce, de vida, de paisajes tan diferentes (prados, peñas, senderos boscosos, helechos ancestrales…), de respirar con pasión qué significa el trail, y de ir al sobrecogida a cada instante, con lo que me regalaba el paisaje y con otro regalo que la vida me hacía: que mi cuerpo estuviera preparado, que fuera capaz de ese esfuerzo que para mí fue ímprobo y feliz.

La llegada a meta, tras (todo hay que decirlo), 20 kilómetros de calambres en los muslos, fue de lo más emocionante. Porque esos 20 kilómetros me enseñaron lo importante que es la gestión de la mente, la capacidad de mantener la calma, de respirar profundamente y no sucumbir al pánico cuando algo va mal. En las carreras largas (humildemente creo que esta lo es), se muere y se renace. Tan solo hay que entender que el dolor, de no ser grave, es pasajero. Y se puede superar.  Por eso, llegar a meta me supo tan bien. Porque me recompuse y pude correr, toda una pista de unos 6 kilómetros donde di lo que me quedaba. Y donde me acordé de todas las cosas y las personas que me regalan vida cada día, las mismas personas y cosas en las que el lector trailero piensa al llegar a su meta, y se emociona, y llora. Pues eso. Que lloré a mi llegada. Por tantas cosas que han tenido que pasar en mi vida para que yo esté allí ascendiendo a Peñalara y siendo la tía más feliz del mundo.

 

 

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